La comedia de Antonio y Cleopatra

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Antonio y Cleopatra| Contemplar los amoríos de Cleopatra y Antonio simplemente como la pasión irrefrenable entre una puta y su cliente envejecido sería, según Harold Bloom, un reduccionismo salvaje. Pero el ‘mainstream’ audiovisual es muy traicionero y ha fijado, acaso para la eternidad, infinidad de arquetipos que, en raras ocasiones, se corresponden fielmente con sus referentes originales. Sin embargo, Cleopatra no es una ‘femme fatale’, ni Antonio un chuloputas —o no solo—, aunque esa sea, a grandes rasgos, la imagen que el espectador contemporáneo tiene de ellos.

Las relaciones de ida y vuelta entre la reina egipcia y el militar romano fueron, en todo caso, uno de los más ilustres ejemplos de amor romántico —en su vertiente radicalmente pasional— que la Historia —primero— y la Literatura —después— han legado a la humanidad. Sabedor del potencial dramático de esos amoríos, condicionados por el eterno enfrentamiento entre Oriente y Occidente, William Shakespeare reservó para ellos un amplio hueco en su etapa de madurez creativa, la que venía de producir, sin solución de continuidad, ‘Otelo’, ‘El rey Lear’ y ‘Macbeth’. Y alumbró una de sus mayores piezas, https://www.festivaldemerida.es/wp-content/uploads/2021/07/fotos-de-escena-antonio-y-cleopatra-9-900x600.jpgen extensión y calado, que aparece en el ‘First Folio’ que compila su obra bajo el título de ‘La tragedia de Antonio y Cleopatra’.

Mas, por alguna extraña razón, la versión estrenada esta semana en el Festival de Mérida ha transmutado el drama shakespeariano en un artefacto cómico en exceso, cargando las tintas sobre los episodios que el bardo de Avon dotó de un fino sentido del humor y provocando que el respetable pase (casi) más tiempo riendo que conmovido al contemplar las tribulaciones de la legendaria pareja. La peregrina explicación al desaguisado podría hallarse en el subrayado que el autor de dicha versión, Vicente Molina Foix, deja escrito en el programa de mano del espectáculo: “La tragedia de Antonio y Cleopatra, antes de serlo, es una de las comedias más chispeantes del autor” [‘As you like it’, genio].

Así, el texto que José Carlos Plaza maneja para su puesta en escena no presenta mayor mérito que el de un insulso híbrido, al que su natural extensión se le vuelve en contra. Lo que resulta es, entonces, un montaje largo y aburrido, lastrado por un descanso meramente comercial, que desfila ante los ojos del cronista sin pena ni gloria; un duro castigo que, en esta ocasión, cuenta con el agravante de la reincidencia: esta es la segunda vez que el director madrileño nos endilga la misma propuesta en el Teatro Romano. Hace un cuarto de siglo, Plaza presentó en esta misma escena a otro Antonio (Chema Muñoz) y a otra Cleopatra (Magüi Mira), con logros igualmente intrascendentes, aunque, a decir verdad, al menos aquella versión, que llevaba la firma de Jenaro Talens, mostraba mayor fidelidad al planteamiento del original shakesperiano.

Rizando el rizo del despropósito, el director vuelve a hacer de las suyas al despreciar por enésima vez el Teatro Romano de Mérida a la hora de concebir https://www.festivaldemerida.es/wp-content/uploads/2021/07/fotos-de-escena-antonio-y-cleopatra-900x600.jpgsu escenografía, que esta vez cuenta con la complicidad de Ricardo Sánchez Cuerda en la ejecución. Porque, para quien no lo sepa, José Carlos Plaza es, de largo, el ‘regista’ que más y mejor —o sea, peor— ha tapado el pórtico posescénico emeritense: con videopantallas gigantescas —‘Yo, Claudio (2004)—, con descomunales heridas abiertas —‘Electra’ (2007)— o, como ahora, con un mamotreto de hojalata que, para mayor desastre, alumbra con psicodélicos colorinchis y leds de baratillo, obligando a las elevadas criaturas de Shakespeare a pasar por el aberrante filtro de los espejos valleinclanescos, convirtiendo Roma y Egipto en un callejón del Gato castizo.

Por ese deformante callejón deambula la pareja protagonista, que parte con involuntaria desventaja por culpa de un escandaloso error de casting: Marco Antonio vivió poco más de medio siglo, mientras que Cleopatra no llegó a cumplir la cuarentena. Sin embargo, para encarnarlos en esta propuesta crepuscular se ha escogido a un actor de 64 años y a una actriz de 70, y así no hay quien se los crea. Para colmo de males, Lluís Homar exagera el dislate, dando vida a un mandamás menguado, casi gagá, quijotesco, que nada tiene que ver con los referentes de Richard Burton, Marlon Brando o James Purefoy que el espectador convencional pueda tener en mente. Y otro tanto sucede con Ana Belén, cuyo (des)empeño probablemente hubiera resultado creíble hace treinta años, pero a la que cuesta transmitir a estas alturas los vicios y virtudes de la serpiente del Nilo. No sucede lo mismo, por ventura, con el resto del elenco: los intérpretes que encarnan a los criados, centinelas, agoreros y mensajeros que secundan al dúo de relumbrón salvan los muebles, y evidencian que esta colaboración entre la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida debería ser, pese a todo, la primera de muchas.

 

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