El pan nuestro de cada día

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Coriolano | Coriolano se ha asomado en dos ocasiones a la programación del Festival de Mérida en la última década: en 2014, con una estupenda versión de Fermín Cabal, dirigida por Eugenio Amaya, con un elenco completamente regional; y el año pasado, formando parte de un póquer titulado Shakespeare en Roma, junto a Julio César, Antonio y Cleopatra y Tito Andrónico, a cargo del Centro Dramático Galego. Ahora regresa, en formato reducido, y lo hace en el Teatro María Luisa, en vez de en el Teatro Romano, lo cual le sienta la mar de bien.

La compañía [In]constantes Teatro vuelve así a uno de los escenarios secundarios del certamen, como ya hiciera en 2011 con aquella Antígona siglo XXI que dejó un más que agradable sabor de boca a los espectadores que acudieron a verla a la Alcazaba Árabe. La versión firmada al alimón por Jorge Muñoz y Emilio del Valle rebaja los dieciséis personajes de la tragedia original a solo cinco, por cuestiones de viabilidad económica, pero también por convicción: el protagonista, Cayo Marcio; su amigo Menenio; su madre, Volumnia; su esposa, Virgilia; y el tribuno Bruto, que aquí cambia de sexo y se convierte en Bruta.

Este Coriolano, después de Shakespeare ahonda en la lucha de clases y en la inflación, lo que evidencia la vigencia del texto, sin olvidarse de la trama militar y/o política, que sirve para enmarcar los temas. La irracional marcialidad del postulante a cónsul se da de bruces contra un pueblo al que desprecia al tiempo que demanda su voto para reafirmar sus aspiraciones. O sea, lo mismo que los actuales politicastros, que se chotean de sus electores a base de promesas incumplidas y constantes contradicciones con la única finalidad de afianzarse en el poder y seguir chupando del bote. La atemporalidad de la versión del tándem Muñoz-Del Valle se yergue así como su mayor logro, confirmando que la pervivencia de los clásicos nunca es casual, y demostrando que el tridente formado por Plutarco, Shakespeare y Maquiavelo —los tres están muy presentes en el mecanismo interno del drama— resulta imbatible a la hora de subir al escenario los entresijos de la política.

Los combates dialécticos entre Jorge Muñoz —el senador Menenio, despiadado representante de la desacomplejada derecha— y Luna Mayo —la tribuna Bruta, combativa activista de la izquierda más radical— brillan con luz propia y ensombrecen la atormentada duda existencial de Gonzalo Hermoso, que encarna a un Coriolano algo desvaído. Lidia Palazuelos mantiene el tipo como madre amantísima y Soledad Vidal se queda en un discreto segundo plano como pasiva esposa. (Casi) todos cantan o tocan algún instrumento, siguiendo las directrices de Montse Muñoz, que diseña un espacio sonoro que poco aporta al desarrollo de la trama. Por el contrario, la puesta en escena de Emilio del Valle vuelve a sobresalir, cargada de dinamismo, lanzando recurrentes invectivas al espectador, que sale de los cien minutos de función alimentado con una nueva ración del pan nuestro de cada día.

 

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