Algo sobra

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | El regalo de Zeus| Para explicar la creación del mundo y la aparición de sus primeros habitantes, cada cual se queda con la versión que más se ajusta a sus creencias. Mientras que el cristianismo y el islam prefieren el relato de Adán y Eva, el mordisco al fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal y la consecuente expulsión del Jardín del Edén, la mitología griega escoge la historia de Pandora y la apertura de un ánfora —convertida por el Renacimiento en caja— como el origen de todos nuestros males. Así lo cuenta Hesíodo, quien también recuerda que lo único que queda en la caja, antes de que la malaje la cierre, es la esperanza —lo último que se pierde—.

Sobre este nimio detalle levanta Concha Rodríguez la dramaturgia de El regalo de Zeus, una obra de nueva construcción edificada con materiales añejos que plantea una sana disyuntiva al espectador: elegir entre la versión más negativa de los hechos, encarnada por Melpóneme, la musa de la tragedia, o la más positiva, representada por Talía, la musa de la comedia. La autora extremeña lo tiene claro: apuesta descaradamente por la opción más luminosa, graciosa y esperanzadora, cediéndole el protagonismo de la trama a la más pizpireta de las nueve hijas de Zeus y Mnemósine, interpretada aquí por una cómica Emma Ozores que nos regala los mejores momentos del espectáculo.

Pero meterle mano a la Teogonía y los Trabajos y días de Hesíodo no es tarea fácil, y la función se resiente cuando toca poner el foco en la parte más oscura de la historia. Entonces, el modernísimo Olimpo, a caballo entre la revolución industrial y el Hollywood clásico, decorado con cuatro duros, se hace más pesado. Y lo que se cuenta en ese tramo del montaje se va eternizando paulatinamente, hasta completar dos horas que parecen cuatro.

La culpa la tiene, en este caso, el horror vacui: la mezcolanza de teatro de texto, circo, danza y magia no favorece la homogeneidad de una propuesta que, en un principio, destila frescura, pero a la que acaba marchitando el indefinido tufo de semejante mejunje. Por separado, la parte dialogada se gana la simpatía del público, las escenas circenses asombran en su humilde complejidad y el popping que parafrasea los Tiempos modernos de Chaplin deslumbra; pero, juntos, chirrían. Si se eliminara cualquiera de esos elementos, la belleza del espectáculo quedaría mermada, mas tengo claro que algo sobra.

Quizá la asociación entre dos compañías —Entrearte Al-Badulaque y La Estampa Teatro— y la dirección a seis manos de Ángeles Vázquez, Concha Rodríguez y Juan Antonio Moreno —algo inaudito— no sea la mejor idea para manejar los hilos de un teatrillo en el que se acaban enredando los guiños a la cultura popular —de El Padrino a Dora, la exploradora— y las reconocibles piezas musicales con el vistoso videomapping, dejando al cronista la imposible tarea de articular una reseña más o menos decente.

 

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