Qué más se puede pedir

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Por todos los dioses | La querencia de Fernando Cayo por los clásicos grecolatinos viene de antiguo, pero el cronista se barrunta que sus trabajos finiseculares a las órdenes de Rosa García Rodero, una de las mayores y más ortodoxas especialistas en la materia, tuvieron mucho que ver en su reafirmación. Con uno de ellos, Las aves (2000), visitó el Festival de Mérida; hecho que repetiría con Tito Andrónico (2009) y Antígona (2021). Ahora vuelve al certamen —esta vez al Teatro María Luisa— en formato reducido, con un montaje que  desprende un enorme tufo a pandémico.

Porque el coronavirus frenó en seco la actividad cultural, dejó a sus artífices en paro y les condenó a estrujarse las meninges para buscarse la vida. Fernando Cayo, un actor curtido en el subgénero de los one-man show —merced a Salvaje y La terapia definitiva—, reparó en que la del monólogo al estilo Juan Palomo era una buena salida a la situación: barata y asequible. Así que, durante los meses de parón, le fue dando forma a Por todos los dioses, un espectáculo en el que, además de como intérprete, figura como director de escena y productor, aunque también interviene en el diseño del espacio escénico, la iluminación y el sonido. Y, pasado el susto inicial, en septiembre de 2020, lo estrenó en su tierra natal, Valladolid.

 

La percha que utiliza para colgar la retahíla de dioses olímpicos —y sus trasuntos latinos— es la doméstica cotidianeidad de su familia y, para ser más exactos, unos frescos en los que su padre reflejó sus veleidades artísticas, convirtiendo su casa en una especie de Capilla Sixtina pagana. Esas pinturas invasoras le sirven para ir desgranando la historia de la mitología griega, emparentándola constantemente con asuntos mucho más cercanos en el tiempo, con el fin de ganarse la complicidad del público. Cosa que logra con asombrosa facilidad, pues la función se convierte desde el inicio en un intercambio de favores constantes entre actor y platea.

Ayudado por compañeros de fatigas como Pep Molina, Jorge Muñoz, Alberto Iglesias, Hernán Gené o Juan Carlos Rubio durante el proceso de creación y apoyado en el percusionista Geni Uñón a lo largo de la representación, Cayo luce espléndidamente sus dotes como juglar, aprehendidas junto al maestro de la comedia del arte Antonio Fava, discípulo a su vez del Nobel Dario Fo y del maestro de la gestualidad Jacques Lecoq. Y, tras casi hora y media de entrega absoluta, recoge sus frutos en forma de admiración. Qué más se puede pedir.

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