La risa fácil
Escrito por Tiresias Jueves 15 de Julio de 2021 00:00
www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Mercado de esclavos | Charles Darwin sostenía que la risa es un acto social. Y existen multitud de estudios científicos que evidencian que es más fácil reír en grupo que estando solo. Piensa en ello el cronista durante la representación de ‘Mercado de amores’; y concluye que sí, que algo de eso debe de haber, que no hace falta ser una eminencia para observar que los casi tres mil espectadores que (son)rieron y aplaudieron durante la hora y media larga de la función de estreno se comportarían de modo muy diferente tomados de uno en uno. Porque, en efecto, el teatro, como el fútbol, como los toros, como la ópera, hace mucho que pasaron de ser mero entretenimiento a convertirse en eventos sociales donde el público, según los casos, aparenta ser más garrulo o más refinado que en casa, siempre con la (in)sana intención de epatar con sus semejantes.
Viene esto a cuento porque le he leído en varias entrevistas a Eduardo Galán, coautor de ‘Mercado de amores’, repetir ‘ad nauseam’ una manida afirmación: “Está claro que es mucho más difícil hacer reír que llorar. Por eso molesta tanto la pretendida superioridad intelectual de la tragedia. Es un viejo prejuicio absurdo”. Mas siente el cronista estar en profundo desacuerdo con el dramaturgo, pues cree que a día de hoy el prejuicio reside precisamente en el hipócrita victimismo de cómicos y comediógrafos por dos motivos fundamentales: primero, porque en las (casi) tres décadas que lleva asistiendo regularmente al teatro ha visto a muy poca gente llorar con una tragedia, mientras que, por el contrario, ha visto en multitud de ocasiones al público desconojarse ante cualquier bobería o vulgaridad; y segundo, porque, si comparamos la taquilla de la comedia con la del drama, ofende aún más esa quejicosa endogamia de quienes obtienen pingües beneficios de sus naderías apelando a la risa fácil.
‘Mercado de amores’ no es una excepción a estas reglas: porque repite fórmulas de eficacia probada y porque cuenta con una claque de lo más agradecida, que se acopla como buenamente puede a la incómoda cávea del Teatro Romano con la lección aprendida: reír las gracias ajenas para aliviar las penas propias, rentabilizando así una inversión mucho más barata que cualquier sesión de comecocos, manteniendo una fidelidad antediluviana a una política de (poco) pan y (mucho) circo que sonrojaría al más pintado.
La excusa se la proporciona Galán, que saquea para la ocasión tres comedias clásicas de Plauto: ‘La comedia de los asnos’ —poco—, ‘El mercader’ —bastante— y ‘Cásina’ —mucho—, armando un ‘totum revolutum’ en el que se (entre)mezclan argumentos, se intercambian personajes y se alteran géneros con el fin de dar una pátina de modernidad a los simplicísimos enredos plautinos, diseñados genialmente para satisfacer a la plebe. El rédito artístico de tanto tejemaneje resulta bastante pobre y el barniz actualizador está aplicado a brochazos, lo cual que la resultante es una comedia más —para divertimento de muchos— y una comedia menos —para sufrimiento de pocos—.