Un menor pasarrato

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Anfitrión | En 1996, la productora Pentación estrenó en el Festival de Mérida una exuberante revisión del ‘Anfitrión’ de Plauto, protagonizada por Rafael Álvarez ‘El Brujo’ y versionada y dirigida por José Luis Alonso de Santos, que por aquel entonces eran socios de la empresa que hoy gestiona y administra el certamen. La propuesta fue elevada a la categoría de acontecimiento por un público que la convirtió en el espectáculo más concurrido hasta ese momento en la historia del Festival. Era aquella una recreación ágil y divertida y contaba con la ventaja de estar protagonizada por una de las figuras capitales del teatro español contemporáneo: el mejor cómico que (nos) queda en activo.

Muy distinta fue la más reciente vuelta de tuerca del clásico plautino, ofrecida por Juan Carlos Pérez de la Fuente en 2012: una nadería que ‘aggiornaba’ fondo y forma, a la que costaba encontrarle la gracia entre tanto derroche de (pos)modernidad.

Pentación vuelve ahora por sus fueros y se alía con una pequeña productora, Mixtolobo, para presentar, merced a la (des)interesada financiación del Festival de Mérida, una nueva versión del enredo que descubre el origen de Hércules, nacido del carnal ayuntamiento entre su infiel mamá, Alcmena, y el dios Júpiter, para desgracia marital del cornudo general Anfitrión. Pero esta vez lo hace echando mano de la puesta al día que Molière estrenó en 1668 en el Théâtre du Palais-Royal de París, dicen que desvelando (como quien no quiere la cosa) los líos de faldas de su rey de turno, Luis XIV —Borbón, para más señas—.

El factótum del presente ‘Anfitrión’ es Juan Carlos Rubio, que no acierta a exprimir el espíritu lúdico del enredo pero que se muestra más inspirado a la hora de poner en escena una versión que gana espacio para las figuras femeninas, tradicionalmente sufridoras pasivas de los deseos y vanidades masculinos. A ello contribuyen, notablemente, el movimiento escénico ideado por Chevi Muraday y la escenografía diseñada por Curt Allen Wilmer, Leticia Gañán y Emilio Valenzuela, que disponen sobre la escena romana una pintona caravana circense sobre la que se extiende una adormecedora noche eterna.

Por ese espacio que despierta la nostalgia y ablanda las entendederas se mueve media docena de actores que el espectador aplaude más por su popularidad televisiva que por su solvencia escénica. De nuevo, la comedia festivalera promete (mucho) más de lo (poco) que da, lastrada por unas interpretaciones sobreactuadas hasta lo insufrible —entre las que Pepón Nieto se lleva la palma— y una inconcebible acumulación de estampas intrascendentes que anulan los escasos chispazos que jalonan la función. A ojos del cronista, lo que se anuncia como el mayor espectáculo del mundo no pasa de ser un menor pasarrato de andar por casa.

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