Menos es más

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Sansón y Dalila | Haciendo honor a la etiqueta de ‘grand opéra’ de ‘Sansón y Dalila’, la coproducción entre el Teatro de la Maestranza de Sevilla y el Festival de Teatro Clásico de Mérida que inauguró la 65ª edición del certamen emeritense el pasado jueves tiró la casa por la ventana. Tal fue el derroche humano sobre el escenario —entre músicos, cantantes y figurantes se arrejuntaron alrededor de 450, según fuentes oficiales—, que (casi) había más ‘artistas’ que espectadores de pago en la noche del estreno; un significativo desequilibrio que quedó amortiguado merced a un generoso reparto de invitaciones.

El espíritu de Tamayo resucitó por unos días, con mucho ajetreo de movientes y semovientes, mas despreciando la certidumbre constatada a lo largo de varias décadas de que, en el Teatro Romano, menos es más. Así, el carácter inclusivo de la propuesta, que merece un fuerte aplauso desde un punto de vista meramente social, queda reducido a la categoría de anécdota a la hora de abordar el análisis artístico. El espectáculo gana enteros cuando la escena se ve despojada de lo accesorio, cuando la intimidad de los protagonistas se apodera del espacio y la labor del tándem Azorín-Martos de la Vega luce en su mayor esplendor.

La ópera de Saint-Saëns, un melodrama neoclásico en tres actos con libreto de Ferdinand Lemaire, se estrenó en Weimar (Alemania) el 2 de diciembre de 1877, y no llegó al París natal del compositor hasta 13 años más tarde. En una época dominada por los arrebatos líricos del romanticismo, este episodio bíblico entresacado de varios libros del ‘Antiguo Testamento’ fue tachado de frío y exento de sentimentalismo por los más puritanos, aunque en la actualidad esas (presuntas) carencias han sido admitidas como sus mayores virtudes.

La Orquesta de Extremadura, excelentemente dirigida por Álvaro Albiach, se afanó en subrayar ese carácter comedido, y su pericia fue secundada con acierto por el Coro de Cámara de Extremadura, que debutaba en el repertorio operístico, aunque contó con la ventaja de atacar una propuesta concebida originalmente como oratorio.

Ambientada originalmente en 1150 a. C. y ‘aggiornada’ por el polifacético Paco Azorín hasta la más rabiosa actualidad, la cosa se desarrollaba (y se desarrolla) a caballo entre una plaza pública de Gaza, ante el templo del dios Dagón, el valle de Sorek y vuelta a una prisión de Gaza. Pero ahora, los encuentros y desencuentros entre el más famoso juez de Israel, Sansón, y la seductora filistea Dalila, se suceden entre legiones de revolucionarios manifestantes, policías a caballo y una reportera de guerra que levanta acta de lo sucedido en riguroso directo televisivo.

La tragedia, capitalizada por una violencia de ida y vuelta, se sigue con interés gracias a la bella ilustración de los recitativos, a las pertinentes apariciones del coro y a las vistosas escenas de ballet, pero emociona realmente cuando los protagonistas de la traición y de su correspondiente venganza hacen alarde de sus cualidades vocales e interpretativas. Sus voces se arrastran por la arena, se suben a caballo, se enredan y se desenredan, sin perder en ningún momento la conexión con el público, que asiste entusiasmado a un despliegue de talento excelentemente administrado por una puesta en escena compleja pero sutil.

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