Política, por otros medios

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | CORIOLANO | ‘    A lo peor peco de conspiranoico cayendo en la trampa de los prejuicios, pero creo que no debería pasarse por alto la (aparente) causalidad que se esconde tras el regreso de la compañía Arán Dramática al Festival de Mérida después de doce largos años de ausencia. Se da la circunstancia de que su cabeza visible, la actriz María Luisa Borruel, fue candidata por UPyD a la presidencia de la Junta de Extremadura en las últimas elecciones autonómicas, y hay quien ha querido ver en su recuperación para la escena emeritense el primer acercamiento dentro de una seductora estrategia orquestada por los gobernantes regionales del Partido Popular de cara a los próximos comicios, a celebrar en mayo del año venidero, en los que el apoyo de la formación magenta podría ser determinante para mantener el poder ante la (presunta) revolución que amenaza a Monago desde la izquierda. Sea como fuere, resultó cuando menos curioso escuchar la noche del estreno a Borruel/Volumnia explicar a su (ficticio) hijo Coriolano sobre la sangrienta arena dispuesta para la ocasión los más (in)confesables intríngulis de la política, haciendo especial hincapié en el mandamiento que resume todos los demás: no decir nunca la verdad a los ciudadanos.http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1202/files/1202_fichero_1.jpg

 

A este respecto, sostiene el crítico Harold Bloom que Coriolano, “más aún que Julio César y que Enrique V, es el drama político de Shakespeare”; y, por lo dicho más arriba, cabría añadir que en la versión estrenada en el Teatro Romano ese incontrovertible carácter cobra más sentido que nunca, pues afecta tanto al fondo como a la forma, evidenciando las claras intenciones de su autor, Fermín Cabal, de subrayar los aspectos del original que mejor pudieran conectar con el espectador posmoderno, sufridor pasivo de los innumerables desmanes cometidos en los últimos tiempos por sus administradores públicos contemporáneos. Por eso mismo, a este ‘Coriolano’ no le costó lo más mínimo empatizar con el público que ocupaba dos tercios de la cavea la noche del estreno: está diseñado para explotar el filón del hartazgo político y en ello se recrea sin contemplaciones.

Lo que pasa es que, para que su efectividad alcanzase el grado deseado, le faltaba lo más importante: un protagonista a la altura de los acontecimientos. No descubro nada si digo que ‘Coriolano’ es un proyecto que llevaba rondando al Festival de Mérida desde hace varios lustros, ni la http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1205/files/1205_fichero_1.jpghemeroteca me dejará mentir —hay infinidad de entrevistas que acreditan esta revelación— si recuerdo que el principal promotor de ese proyecto fue el actor Carmelo Gómez, quien todavía tiene clavada la espinita de no haber podido llevar a buen puerto su sueño de encarnar al personaje que el ínclito Bloom define como “un ejército de un solo hombre, la mayor máquina de matar en todo Shakespeare”. Viene esto a cuento porque, una vez visto el montaje extremeño del drama shakespeareano, al cronista le sobrevino una extraña nostalgia por ese legendario proyecto mil veces abortado por la ceguera y/o el miedo de productores y programadores sin el más elemental sentido del riesgo. El intérprete leonés atesora sobradas condiciones para dar vida al implacable general romano, y a buen seguro habría hecho historia en el certamen emeritense de haberse concretado sus anhelos. Por desgracia, no puede decirse lo mismo de quien ha aprovechado la eterna desventura de Gómez, el pacense Elías González, un joven actor al que en este caso todo le viene grande.

De ello se contagia un reparto en el que se percibe cierto complejo de inferioridad, como si no llegara a creerse la oportunidad brindada. Incluso el apartado técnico, con el que la compañía extremeña ha brillado tradicionalmente en Mérida, deja esta vez mucho que desear: muy lejos quedan ya la espectacular escenografía diseñada por Jose Manuel Castanheira para ‘Electra’ (1997), la música compuesta por Mariano Lozano e interpretada por el Lewis Trio en ‘Medea’ (1998) o las proyecciones alumbradas por Sean Martin en ‘Agripina’ (2002); donde antes hubo genio ahora hay minimalismo escenográfico, melodías enlatadas y timoratas y luces barrocas y planas. Así las cosas, el estupendo texto de Cabal y la solvente puesta en escena de Eugenio Amaya solo alcanzan a elevar la nota conjunta hasta el regular, que, como bien advierte la sabiduría popular, es peor que mal.

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