Trepidante vodevil

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | PLUTO | ‘    La comedia debería medirse, fundamentalmente, en función de dos variables: eficacia y altura. Atendiendo a la primera, ‘El eunuco’ visto en el Festival de Mérida podría ser considerado como una obra maestra, pues su discurrir es una sucesión ininterrumpida de (son)risas, aplausos, carcajadas y complicidades que no deja lugar a dudas; por consiguiente, la segunda variable sobra, aunque a lo largo de la historia de la representación escénica son numerosos los casos en los que lo uno no quita lo otro, y viceversa. Con todo, el novelero vodevil en el que Jordi Sánchez y Pep Anton Gómez han convertido el clasiquísimo enredo legado por Terencio hace veintidós siglos supera de largo la insustancialidad y chabacanería con las que nos habían castigado las dos últimas comedietas programadas en el certamen emeritense: sendas versiones de Aristófanes —‘Las ranas’ y ‘Pluto’— que a duras penas alcanzaban el mínimo de eficacia exigido a la hora de hacer reír y que directamente despreciaban la altura.

 

La libérrima versión eunuca pergeñada por el citado tándem picotea en (casi) todos los subgéneros cómicos, fusiona músicas procedentes de (casi) http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1183/files/1183_fichero_1.jpgtodas las latitudes y echa mano de trajes que remiten a (casi) todas las épocas, o sea, se presenta ante el espectador como un desprejuiciado totum revolutum resuelto con suficiencia por un equipo técnico y artístico en estado de gracia. Para dar forma al texto definitivo, se ha aligerado el original terenciano hasta dejarlo casi irreconocible, para volver a rellenarlo más tarde con diálogos punzantes y guiños agradecidos. Por fortuna, se ha dotado de un ritmo endiablado a la poca chicha de una trama facilona por demás, equilibrando de esa forma continente y contenido. Para rematar la faena, se han intercalado en la función unos pertinentes números musicales, tras los que se esconde la inconfundible personalidad del actor (¿y cantante?) Asier Etxeandía, que alivian de cuando en vez la representación pero que, al mismo tiempo, terminan convirtiéndose en un pesado lastre para un desmedido montaje que se alarga, innecesariamente, más allá de las dos horas.

El tono general de la propuesta está impregnado de una ligereza que le sienta de escándalo: las citadas cancioncillas, muy próximas al género de las variedades, se aprovechan de unas juguetonas coreografías, gentileza del soberbio Chevi Muraday, que posibilitan el lucimiento del único elemento escenográfico presente, un conjunto de paneles que, convenientemente meneados, hacen las veces de laberinto y simbolizan de manera gráfica los intríngulis de la obra. Así, música y danza se prestan al lucimiento de un elenco que cumple con creces su loable misión: divertir durante un par de horas al respetable.

Respecto al trabajo de los actores solo cabe poner un pero: en la mayoría de los casos, sus interpretaciones van de más a menos, y terminan viciadas. Todos arrancan comedidos, evidenciando la meritoria labor de Pep Anton Gómez en la dirección de actores, pero algunos se dejan contagiar por las reacciones del público y acaban cediendo a la tentación de la morcilla y recreándose en la suerte. Aun así, Pepón Nieto, Anabel Alonso y Jorge Calvo rayan a gran altura y el resto del reparto no le va a la zaga. Por una vez, la inclusión de rostros (más o menos) populares merced a su (omni)presencia televisiva queda más que justificada, y no se echa a nadie de menos… ni de más.

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