Exangüe deconstrucción

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA - Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Las nubes| Casi una década más tarde, Hiperbólicas Producciones vuelve a coproducir, junto al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, una comedia de Aristófanes y, por supuesto, vuelve a estrenarla en el Teatro Romano, que aquí es utilizado como superlativo convidado de piedra. En aquella ocasión echó mano de Las ranas, una sátira lanzada por el comediógrafo ateniense contra Eurípides, y ahora le toca el turno a Las nubes, en la que se revuelve contra las enseñanzas de los nuevos filósofos, los llamados sofistas, y contra Sócrates en particular.

De la primera aventura de 2014, solo repiten Rafa Herrera, como productor ejecutivo —que aquí, además, se anima a sumarse al coro—, y Pepe Viyuela, que viene de representar Toda la noche m’alumbres —un recorrido por la poesía lírica y mística española— el pasado fin de semana en el Festival de Almagro. Lo que se mantiene constante es la (pro)puesta (seudo)musical —que vuelve a suponer un lastre— y el juego (meta)teatral —que, por el contrario, se convierte en el mayor hallazgo de la función y, como tal, es potenciado—.

La versión es cosa del ex Tricicle Paco Mir, que deconstruye el original —según sus propias palabras— hasta dejarlo exangüe —esto lo digo yo—, restando y sumando, desordenando y volviendo a ordenar, el texto aristofanesco, añadiendo personajes —que poco o nada aportan—, (sub)tramas —que se desvían del asunto capital, dispersando y alargando innecesariamente el espectáculo— y (presuntas) gracietas —que redundan en lo visto y oído mil veces, latinizando facilonamente apellidos, marcas comerciales y expresiones coloquiales a troche y moche—.

La acción se sitúa a pocos días de la inauguración del teatro de Augusta Emerita, que, por cierto, se inauguró “hacia los años 16-15 a. C.” —no había más que echar un vistazo a Wikipedia— y no en el siglo primero de nuestra era, como se mantiene (erróneamente) a lo largo de toda la función. Mas, dejando atrás estos remilgos, ya se ha dicho más arriba que este añadido se erige en lo más atinado del aggiornamento, pues los duelos dialécticos entre el gerente del coliseo —un Mariano Peña incapaz de salirse de su popular rol televisivo— y la empresaria —una histriónica Cristina Almarzán— arrancan las mayores carcajadas de la cávea.

Paradójicamente, los otros combates dialogados quedan reducidos a su mínima expresión, aligerados y difuminados hasta resultar insignificantes. Y ese es el quid de la cuestión: resulta asombrosamente lamentable que una obra levantada originalmente sobre un conflicto entre padre e hijo —en la ficción y en la realidad, pues son encarnados por Pepe y Samuel Viyuela— y como denuncia de la cháchara instaurada por Sócrates y sus acólitos, termine tan desdibujada a fuer de un ataque de autoría.

Donde sí exhibe sus tablas el polifacético Mir es en la dirección escénica. En numerosas ocasiones, la risa es provocada por sus gags y por el movimiento escénico, algo que parece lógico tratándose de un artista curtido en el humor gestual. Lo bueno es que esa costumbre de trabajar sin palabras consigue, de paso, rebajar el tono dialéctico de los protagonistas, que, a pesar de la verborrea intrínseca del texto, se muestran más contenidos de lo habitual, lo cual agradecen tanto los espectadores como el cronista.

Por cierto, en todas partes se anuncia que la duración del espectáculo es de 90 minutos, aunque en la realidad la cosa se alarga hasta las dos horas. A lo mejor peco de suspicaz, pero me huele a medida antidisuasoria en tiempos de déficit de atención generalizada. Como quiera que sea, lo indudable es que supone una falta de respeto para el público, aunque pocos se quejarán ahora que estamos acostumbrados a que nos vendan mentiras como inexactitudes o simples cambios de opinión.

 

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