La isla de la diversidad

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA - Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Pandataria | Una hermosa causalidad artística se ha erigido, casi sin pretenderlo, en la protagonista en la sombra del último estreno del Festival de Mérida. A ver si consigo explicarla, porque no es fácil desanudar lo que ataba el Imperio sin enredarse en el empeño. La construcción del Teatro Romano de la colonia Augusta Emerita fue ordenada por el primer emperador, Augusto, y supervisada e impulsada por su mano derecha, el general Marco Agripa —como recuerda una inscripción que aún hoy puede leerse en un lugar destacado del recinto—. Además de amigo íntimo y estrecho colaborador, Agripa terminó siendo yerno de Augusto al casarse, en terceras nupcias, con su hija Julia la Mayor, famosa por su lascivia y promiscuidad. Tan irrefrenables eran estas que, tras enviudar, no le dolieron prendas a la hora de volver a casarse, ahora con Tiberio —su hermanastro, por obra y gracia del ayuntamiento entre su padre y Livia—, quien acababa de separarse de Vipsania, hijastra a su vez de Julia, proveniente del primer matrimonio de Agripa. Sí, lo sé, el lío es morrocotudo, pero juro que no es invención mía. El caso es que, por su desatada afición a encamarse, además de todos los demás, con senadores y militares, patricios y plebeyos, libertos y esclavos, Julia la Mayor fue una de las ilustres mujeres que sufrieron las consecuencias de la (pretendidamente) ejemplarizante Lex Iulia de Adulteriis Coercendis, promulgada por Augusto. Y la severidad paterna quiso que su primogénita pasara a la historia como la primera condenada al destierro en la isla Pandataria, que era a donde iban a parar las damas de clase alta acusadas de adulterio.

¿Y la causalidad? Por si alguien se ha perdido por el camino —hecho más que probable—, resumo: que el teatro (real) promovido por Agripa se convierta, dos mil años más tarde y durante tres días consecutivos, en la isla (figurada) donde fue castigada su propia mujer. Porque la causalidad ha querido que el bailarín, coreógrafo y director Chevi Muraday —Premio Nacional de Danza en 2006— haya titulado con el nombre de ese funesto islote volcánico su flamante espectáculo, donde vuelve a unir palabra y danza (y mucho más) haciendo gala de una agitadora singularidad; y que su estreno tenga lugar en el Teatro Romano de Mérida.

La nueva propuesta de Losdedae —la compañía de Muraday— corrige y amplía lo que ya experimentó con anterioridad junto a otras actrices de primer nivel: con Marta Etura en Return (2012); con Aitana Sánchez Gijón en Juana (2019); o con Juana Acosta en El perdón (2021). En esta ocasión, es Cayetana Guillén Cuervo quien ejerce de protagonista absoluta del drama, encarnando a los sucesivos personajes femeninos, porque, además de Julia la Mayor, más tarde irían a parar a la isla su hija, Agripina la Mayor, y sus nietas, Julia Livila y Agripina la Menor. Enfrente tiene a cinco bestias —Pandataria es el topónimo latinizado del griego que significa exactamente eso—, que en la obra representan a los cinco machos que no tuvieron reparos en condenar, a veces incluso con la pena capital, a sus propias esposas, hijas, hermanas o primas: Nerón, Augusto, Calígula, Tiberio y Claudio, interpretados por el propio Muraday, Elio Toffana, Basem Nahnouh, La Merce y Chus Western.

La cultura urbana se apodera de la función de manera arrolladora: arropada por la colorida lona grafitera pintada por Okuda, que pasa, sin solución de continuidad, de manta a vestido y de forillo a bandera de la diversidad; mecida por el rap casi susurrado de Toffana; envuelta en los ropajes callejeros de Eudald Magri; alumbrada por los neones y leds espasmódicos de Nicolás Fischtel; y sacudida por la inquieta dirección escénica del emeritense David Picazo. Y esta apología de la modernidad es la que conecta la historia primigenia del minúsculo islote situado en el mar Tirreno con su recuperación como isla prisión en el siglo XX —ahora llamada Ventotene— bajo la dictadura de Mussolini, que se afanó en recluir allí a sus detractores.

Porque la Guillén Cuervo también encarna a Ursula Hirschmann, la activista alemana que fuera esposa de dos —Eugenio Colorni y Altiero Spinelli— de los tres autores —el otro fue Ernesto Rossi— del Manifiesto de Ventotene, un famoso texto precursor del federalismo europeo, redactado en junio de 1941 en papeles de cigarrillos y escondido en una caja con doble fondo, mientras sus autores cumplían condena en la isla por su militancia antifascista. Con ellos se cierra un vicioso círculo represor redondeado por los esclarecedores textos de Laila Ripoll. Sin embargo, la esperanza aparece en la estampa final de la obra, que funde estética y simbólicamente dos archiconocidos cuadros —La balsa de la Medusa de Géricault y La Libertad guiando al pueblo de Delacroix—: en esa balsa de la libertad escapan los apátridas, los orillados, los rebeldes… los diversos.

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