Tiresias c’est moi

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Tiresias | ¡Qué extrañeza, la del cronista, al comenzar la reseña de un espectáculo titulado con el mismo nombre propio que utiliza como seudónimo para firmar sus textos! ¡Qué trajín para su desdoblamiento de personalidad el provocado por tan rocambolesca situación! ¡Qué perversidad la de una creación artística que le condena, bien es cierto que sin pretenderlo, a semejante reto! En fin, vayamos al asunto, a ver qué sale.

Empecemos por lo mollar del novedoso Tiresias que presenta la gente de Draft.inn en el Festival de Mérida. En la era del clickbait, los medios se han ido llenando de tentadores titulares referentes al aspecto más controvertido de este famosísimo pájaro de mal agüero: “Tiresias, el mito transexual que sí sabía en qué pensaban las mujeres” (ABC, 2018); “Tiresias, el vidente transexual de la mitología griega” (Muy Interesante, 2021); y en ese plan. Pero lo cierto es que el salseo acerca del hermafroditismo del adivino tebano viene de antiguo: tanto, que incluso Apollinaire le dedicó un ‘drama surrealista en dos actos y un prólogo’ titulado Las tetas de Tiresias; aunque si quería mofarse del ínclito pitoniso, que llegó a convertirse en una de las rameras más célebres de su época mientras gozó de un cuerpo de mujer, hubiera resultado más gráfico bautizar su obrita como ‘el coño de la Bernarda’.

El caso es que, haciéndose eco de la mítica androginia de Tiresias, esta vez es una mujer la elegida para encarnarlo; y esa mujer es Anabel Alonso, que explota notablemente los privilegios de dicho encargo; y resulta que, para variar, el experimento sale fetén, porque la actriz vizcaína, que regresa diez años después de su participación en El eunuco y veinticinco después de su debut en el Teatro Romano con Androcles y el león, no desaprovecha la oportunidad de protagonizar por primera vez una tragedia en Mérida. Su Tiresias sigue al pie de la letra al señalado por el mitógrafo y académico Carlos García Gual: “Es venerable, pero sospechoso y despreciado; tiene larga vida, pero miserable y dolorida”; aunque Alonso le aporta un punto de (pos)moderna altivez al advertir desde el principio de la función: “Van a ver cómo se revuelven los poderosos ante mis augurios cuando no les cuadran, cómo ladran ante mis consejos cuando no coinciden con su querer”. Con todo y con eso, harto de chocar contra el muro de la incomprensión y la ingratitud al anunciar sus predicciones, llega a suplicar, como el Bartleby de Melville: “Preferiría no hacerlo”.

Porque Tiresias, que vivió durante siete generaciones, es uno de los más ilustres adivinos de la mitología griega, junto a Calcante y Casandra, aunque supera con creces a ambos en cuanto a ascendiente cultureta. Desde los clásicos de Homero y Píndaro, de Sófocles y Eurípides, hasta la Poderosa Afrodita cinematográfica de Woody Allen o la teatral Conversación sobre Tiresias de Andrea Camilleri, pasando por las aproximaciones de Ovidio, Dante o Milton, ha estado omnipresente en el devenir de las distintas manifestaciones artísticas. Y el imán para acercarse a su figura no admite discusión: resulta insuperable la paradoja de ver más (y mejor) que nadie siendo ciego; así como el refrendo que supone la moraleja escondida en el colofón de las tribulaciones de su íntimo enemigo, Edipo, quien solo después de arrancarse los ojos y quedar igualmente ciego, se torna consciente de su ignorancia, recuperando su adormecida capacidad de ver y comprender.

Mas la figura de Tiresias trasciende la del simple agorero hasta erigirse en un reconocido mediador que maneja con soltura un tridente de (presuntas) virtudes: merced a su profético don, media entre los dioses y los hombres; debido a su condición bisexual, lo hace entre hombres y mujeres; y gracias a su excepcional longevidad, entre los vivos y los muertos. Lo que sucede es que, exactamente igual que en la rabiosa actualidad, la verdad hace mucha pupa en la antigüedad; y como nuestro (clari)vidente se empeña en decir aquello que nadie quiere oír, en enfrentarse al poder de los tiranos y sus espurios intereses, pues queda expuesto a trágicas consecuencias. Lo mismo que le ocurre, mutatis mutandis, al cronista que ve las (escasas) riquezas y las (abundantes) miserias del Festival de Mérida desde esta atalaya virtual llamada nosolomérida.es: sobre el escenario, escucha: “Muchas veces me han insultado por noticias de las que soy un simple mensajero”; y no le queda otro remedio que rumiar a solas lo escuchado.

Además de todo lo demás, el flamante Tiresias representado en el Teatro Romano es una especie de Greatest Hits de literatura clásica: está trufado de momentos clave de Las bacantes de Eurípides, Edipo rey y Antígona de Sófocles, y fragmentos de la Odisea de Homero y las Metamorfosis de Ovidio. Con ese aliento, los dramaturgos Joan Espasa y José Manuel Mora insuflan nueva vida al legendario profeta tebano, con la inestimable colaboración de Carlota Ferrer, que figura como pluriempleada en un montaje en el que firma, además, la (dispersa pero lograda) dirección artística, la (multidisciplinar y desinhibida) puesta en escena, el (mínimo pero funcional) espacio escénico y el (escueto y heterodoxo) vestuario, y en el que, por si todo esto fuera poco, también actúa. A su lado, canta, toca y baila un elenco en el que destacan la prestancia de Ana Fernández y la versatilidad de Alberto Velasco, que es el que mejor se adapta a la alternancia entre las partes más ligeras, donde da rienda suelta a su vis cómica; los pasajes más solemnes, donde ejecuta su excelencia dramática; y las piezas más poéticas, en las que luce su talento para la danza sutil.

Y se podría objetar que al espectáculo le sobra, al menos, media hora; o que, para relatar la vida de Tiresias, no había necesidad de volver a contar al público emeritense la totalidad de mitos como Odiseo, Edipo o Antígona, sobrerrepresentados por estos lares; o que se entienden regular algunos ataques de autor, como las pinceladas taurinas de retirar a chiqueros al difunto adivino arrastrado por mulillas o incluir en escena un icono tan pop como el Toro de Osborne; aunque sería poner demasiados peros a un montaje que, en lo esencial, se sigue con interés y que, en varios momentos, se disfruta como lo que es: verdadero teatro contemporáneo.

Por último, para concluir esta suerte de (in)voluntario e intermitente egotrip, el cronista quiere aprovechar la coyuntura reconociendo, a quien corresponda y sin que sirva de precedente, que “nadie verdaderamente inteligente se dedica a la crítica”; pero también que “para un crítico una opinión que no coincide con la suya es siempre una opinión equivocada; en esto demuestra que no se diferencia del resto de los seres humanos”; y admitiendo a regañadientes la siguiente certidumbre: “Si te dedicas a la crítica y no tienes enemigos, mejor dedícate a otra cosa”. Dicho esto, se atreve a terminar remedando lo que dejó escrito T. S. Eliot en La tierra baldía: “yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas, / viejo con arrugados senos de mujer, puedo ver”; porque, como bien saben mis (im)probables lectores, Tiresias c’est moi.

P. S: Por cierto, a quienes sacan pecho porque Medusa ha colgado el cartel de entradas agotadas durante sus diez funciones, el cronista les invita a leer algunas de las críticas a dicho espectáculo publicadas en la prensa de acá y de acullá y les recuerda, gentilmente, el estrambote de una popular fábula de Tomás de Iriarte: “Si el sabio no aprueba, ¡malo! / si el necio aplaude, ¡peor!”. O sea.

 

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