Magistral ciclo de la vida

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Odisea, un viaje trepidante| Que nadie busque en Odisea, un viaje trepidante —titulado simplemente Odissea en su estreno catalán— una versión de la mítica peripecia narrada por Homero. Que nadie busque entre los bailarines de Crea Dance Company a Ulises ni a Penélope ni a Telémaco, ni a Polifemo ni a Calypso ni a Circe ni a Nausícaa. La odisea a la que se refiere María Rovira en su montaje es la que el Diccionario de la lengua española asimila como nombre común y para la que recoge dos acepciones: “viaje largo, en el que abundan las aventuras adversas y favorables al viajero”;  y “sucesión de peripecias, por lo general desagradables, que le ocurren a alguien”. Esa odisea tiene mucho más que ver con el inmarcesible poema de Cavafis; aquel que comienza: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias”; aquel que, más adelante, recuerda: “Ten siempre a Ítaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin aguantar a que Ítaca te enriquezca”.

El viaje trepidante con el que se cierra la programación en el Teatro María Luisa de la 69ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida es un magnífico espectáculo de danza contemporánea que cuenta con la inestimable colaboración del genial Eduard Iniesta, quien vuelve a demostrar por qué es uno de los mayores referentes actuales de la música mediterránea. Su ejército de laúdes y guitarras, de buzukis y tambores, une fuerzas para dotar de ritmo y melodía a conceptos tan elevados como belleza, pureza, amor, resiliencia, tentación o adversidad. En total, ilustra nueve escenas que ganan en emoción cuando las percusiones se encabritan y galopan sobre el camino que marcan las cuerdas y los vientos.

Por entre las armonías de esa banda sonora se cuela el chileno Alejandro Jodorowsky para recordarnos machaconamente que “el mundo es nuestro” —que somos seres pensantes y no seres pensados—, uno de sus asertos más populares. Pero la puesta en escena del montaje se recrea mayormente en otra afirmación del mismo autor: “El mundo es nuestro reflejo”. La responsable de trasladar esa reflexión a la narrativa de Odisea es Carme Gomila, que realiza un soberbio montaje audiovisual proyectado en gran formato, en el que dialogan de tú a tú los bailarines de carne y hueso sobre el escenario con sus respectivos ecos virtuales proyectados.

Pero nada de eso luciría como luce sin la maestría coreográfica de María Rovira, que muestra al espectador su amplio catálogo de influencias —se formó con Merce Cunningham y Martha Graham en Nueva York y con los maestros de la Folkwang Schule de Pina Baush en Essen—. Su dinámica propuesta tiene un pie en la danza teatro —no podía ser de otra forma—, pero en perfecta hibridación con la brisa mediterránea y la sabana tropical caribeña. Sus diseños se crecen cuando el ritmo se desata, dando lugar a un recurrente corro que representa con gran plasticidad el ciclo de la vida, nuestra particular odisea.

 

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