Histórico fiasco

Mérida

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Las amazonas | Por ventura, ocurre pocas veces; pero, cuando ocurre, escuece. Y la noche del estreno de ‘Las amazonas’ ocurrió. Mediada la función, un espectador de la ‘media cavea’ se puso en pie; mirando aturdido a su alrededor, se preguntó retóricamente: “¿Puede uno irse?”; y, sin solución de continuidad, resolvió que sí, que podía uno irse, no sin antes gritar a los cuatro vientos: “¡Vaya puta mierda!”. Al prescindible numerito le sucedió un lógico revuelo que los sufridos espectadores que aguantaron hasta el final de la representación fueron aplacando como buenamente pudieron, aunque el reguero de comentarios que dejó tras de sí el desaire evidenciaba que el sentir general no distaba mucho del mostrado por tan maleducado convidado. La “puta mierda” referida era lo que se estaba desarrollando sobre la escena del Teatro Romano, una paupérrima versión de la ‘Pentesilea’ de Heinrich von Kleist a la que, pese a todo, el cronista no se atrevería a calificar tan escatológicamente.

 

Si la memoria no le falla a uno, la última vez que el Festival de Mérida acogió las industrias y andanzas de las amazonas clásicas fue en 2002. Entonces, el alemán Peter Stein —fundador de la Schaubühne y exdirector del Festival de Salzburgo—, dispuso una ingente pradera inclinada sobre la arena del Anfiteatro, un magno espacio abierto —de casi setecientos metros cuadrados— magistralmente ilustrado por las coreografías diseñadas por André Gingras para una treintena de mujeres guerreras encabezadas por una fuerza de la naturaleza llamada Maddalena Crippa. Y, aunque los necios defiendan que las comparaciones son odiosas, baste un ejemplo para entender las diferencias entre aquel montaje y el que aquí nos ocupa: Stein eligió envolver con un poético manto de pétalos de rosas rojas el sanguinario desenlace de la relación amor-odio entre Pentesilea, la reina de las amazonas, y Aquiles, el héroe de la Guerra de Troya; en cambio, Magüi Mira ha optado por un hemoglobínico chorreo para el mismo menester, convirtiendo el final de su propuesta en un desagradable alarde de teatro gore.

Lo cierto es que la directora valenciana convierte en despropósitos cada una de las decisiones capitales de su puesta en escena, desde la aparición inicial (y recurrente) de los reyes Ulises (Antonio Hortelano) y Diomedes (Maxi Iglesias) como dos mamarrachos descompasados hasta la conversión de la Madre de las Madres en una Suma Sacerdotisa (Loles León) transmutada en diva lírica por obra y gracia de una bochornosa pieza musical firmada por Marco Rasa. Entre un extremo y otro, el espectador se ve impelido a desentrañar un anodino texto más discursivo que activo, más narrativo que dialogado, puesto en voces a las que se les hace un mundo vocalizar. Un elenco eficacísimo en la venta de entradas, pero muy limitado a nivel artístico, es el responsable del desaguisado, aunque para ello cuenta con la inestimable colaboración de una directora que no sabe, o no quiere, o no puede, dirigirlos.

El peaje de este innecesario viaje lo pagan a pachas Curt Allen, responsable escenográfico del canchal que sirve de atalaya y refugio al coro de amazonas, y Lorenzo Caprile, que envuelve a estas en sugerentes pieles de serpientes mastectomizadas. Juntos multiplican exponencialmente la repercusión visual de un espectáculo que, de no ser por ellos, figuraría por méritos propios entre los mayores fiascos de la historia reciente del Festival de Mérida.

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