Más rancio que clásico
Escrito por Tiresias Domingo 10 de Julio de 2016 00:00
www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | La Décima Musa | Desde los tiempos de nuestro glorioso Siglo de Oro, la escritora novohispana sor Juana Inés de la Cruz fue considerada, oficiosamente, como la ‘Décima Musa’. Su figura se sumaba así a las otras nueve inspiradoras divinidades fijadas en la Grecia clásica por Hesíodo en un canon (más o menos) definitivo que ahora, al amparo del generoso mecenazgo del Festival de Mérida y el Teatre Romea, ha vuelto a revisar Guillem-Jordi Graells.
Como consecuencia de ese (des)interesado revisionismo, la pandilla formada por Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania tiene, desde ya mismo, una nueva integrante, Peristera, llegada hasta la actualidad para denunciar el abusivo dominio testicular en la narrativa historiográfica y para reivindicar, de paso, una (cada vez más) palpable igualdad entre hombres y mujeres.
Para la ocasión, ‘La Décima Musa’ adopta las hechuras de Paloma San Basilio, superdotada cantante pero discretísima actriz, que se convierte, por eso mismo, en lo mejor y lo peor de un espectáculo harto forzado desde su propio planteamiento.
Porque la peregrina ocurrencia de hilvanar un puñado de resultonas muestras del musical norteamericano (más algunas honrosas excepciones europeas) con sucintas dramatizaciones de unos cuantos mitos griegos de raigambre femenina pretende ser un bordado de música y letra pero se queda en un zurcido de ritmos efectistas y palabras romas.
La (in)feliz idea de emplear pasajes de ‘La Bella y la Bestia’, ‘El hombre de La Mancha’, ‘Jekyll & Hyde’ o ‘Follies’ para subrayar el (posible) ascendiente de Europa, Antígona o Fedra en la cultura moderna termina resultando como mezclar en un rebaño churras con merinas.
Más acertado parece entresacar un par de muestras de ‘La bella Helena’, la opereta de Offenbach, para explicar el origen de la guerra de Troya. Y, a juicio del cronista, por ahí deberían haber ido los tiros, en todo caso. Por el contrario, el tándem formado por Graells y Josep Maria Mestres (desde la dirección) nos endilga una antología del Broadway más deslumbrante, rudimentariamente (des)contextualizada merced a unos parlamentos en los que la santa diva que sirve de coartada para la engañifa sufre más de la cuenta.
Se jactaba San Basilio en la presentación del espectáculo de no haberse limitado a ofrecer un nuevo concierto que sumar a una trayectoria plagada de ellos, sin caer en la cuenta de que, huyendo de lo trillado, se metía en un jardín de plantas carnívoras que ha terminado engulléndola. Su voz cumple siempre, y deslumbra de cuando en vez, pero su apática interpretación desluce el conjunto.
Es lo que sucede cuando los programadores lo fían todo a un apellido, confundiendo el éxito con la taquilla, lo clásico con lo rancio.