Tres (tesoros) en uno

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida |MEDEA / EDIPO REY/ ANTÍGONA | “Lo que impera ahora, felizmente, es el director como entrenador de una ‘band of brothers (and sisters)’ que busca crear en los ensayos una atmósfera propicia para el trabajo, que encauza y hace brillar el talento de sus cómplices [...]. La mayoría de los directores/as actuales coloca la sensatez y el sentido del humor por encima de todo. Saben que han de contar una historia lo mejor posible, y sus objetivos son la comunicación, la claridad y la hondura”. Eso es lo que anotaba ‘El hombre que fue [que es] Jueves’, uséase Marcos Ordóñez, hace algunas semanas en el diario ‘El País’.

El formidable crítico barcelonés subrayaba así una moda imperante, por ventura, en las artes escénicas españolas, que recientemente ha sido elevada a categoría de acontecimiento histórico por una pandilla de admirables geniecillos que se hace llamar —la declaración de intenciones es inequívocamente política— Teatro de la Ciudad. A saber: los directores Andrés Lima, Alfredo Sanzol y Miguel del Arco; respaldados por sus productores de cabecera: Joseba Gil, Gonzalo Salazar-Simpson y Aitor Tejada; y avalados por la probadísima eficacia de sus respectivas empresas: Animalario y TIT, Lazona y Kamikaze.

Es decir, un grupo de sospechosos habituales de la escena patria (re)unido con la noble intención de aunar conocimientos y experiencias en una suerte de proceso colaborativo al que, desde su creación hace poco más de un año, se han ido sumando figuras de la talla de José Luis Gómez, Nuria Espert, Mario Gas, Juan Mayorga, Carlos García Gual, Irene Escolar o Ronald Brouwer para ir moldeando un impecable proyecto en marcha que acaba de dar sus primeros frutos.

Como consecuencia lógica del trabajo desarrollado en varios talleres de investigación acerca de las raíces del teatro occidental —miito y razón, dramaturgia, voz, etc.—, el tridente más potente de la farándula del siglo XXI ha alumbrado una punzante trilogía que abarca las tres grandes tragedias de la mitología griega: ‘Medea’, ‘Edipo rey’ y ‘Antígona’, aunque para la primera de ellas toma como (pre)texto la versión latina de Séneca en lugar de la primigenia de Eurípides.

Estrenado a finales de abril en el capitalino Teatro de la Abadía, y aplaudido a rabiar por crítica y público, este deslumbrante careo entre esos tres grandes mitos clásicos ha llegado al Festival de Mérida en versiones corregidas —aumentadas o reducidas, según el caso— que, a pesar de ello, en nada desmerecen la certificada solvencia de sus pases originales. Y manteniendo una premisa común, que resume Del Arco asegurando que no han querido “actualizar o reubicar” los textos: “Los conflictos son muy próximos. Y son eternos”.

En el Teatro Romano abrió fuego una ‘Medea’ en la que Andrés Lima se ayuda, como hiciera Unamuno para la primera representación de la era moderna en ese mismo escenario en 1933, de la concisión y la profundidad alcanzadas por el ínclito moralista cordobés. Su versión picotea, además, en varios autores clásicos y en una heterogénea nómina de dramaturgos del siglo XX, pero no se anda por las ramas. Parte de una patética certidumbre —“No hay mayor dolor que el amor”— y, en torno a ella, desata un torbellino de hostilidades que le llevará a reconocer, cuando habla por boca de Creonte: “Te tengo miedo, Medea”.

http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1454/files/1454_fichero_1.jpgEsa Medea que da (tanto) miedo es Aitana Sánchez-Gijón en glorioso trance, encarando por derecho uno de los papeles de su vida. Desde que aparece en escena arropada —literal y figuradamente— por todos sus traumas hasta que se retira despojada —figurada y literalmente— de ese lastre sentimental, la suya es una presencia terrorífica, repelente y magnética a un tiempo, tan próxima a la rutina del espectador que realmente acongoja. Su derroche físico y vocal no deja indiferente a nadie, como demostró la larga ovación recibida al término de la función, y, si algún sentido tienen todavía los premios, cuando llegue la cosecha de 2015 (casi) todos los frutos deberían ser para ella.

Su antagonista es el propio Lima, que se desdobla como Creonte y como Jasón, abarcando mucho pero apretando poco. Cuando mejor luce es cuando se disfraza de corifeo, introduciendo los pasajes más aterradores y dando el pie a un coro igualmente desdoblado: por un lado, la marabunta acechante interpretada (para la ocasión) por el Coro de Jóvenes de Madrid; por el otro, la dulzura cantarina de Joana Gomila, que hace suyas (y, por lo tanto, nuestras) dos piezas magistrales del cancionero iberoamericano, ‘Terra’ de Caetano Veloso y ‘Tonada de luna llena’ de Simón Díaz, contrapunteadas por su aterciopelado contrabajo.

Y luego están las luces fantasmagóricas de Valentín Álvarez azuzando el drama desde los flancos, y el agresivo espacio sonoro diseñado por Sandra Vicente y Enrique Mingo, y la materialista escenografía de Beatriz San Juan, Alejandro Andújar y Eduardo Moreno... pero lo verdaderamente importante es lo otro.

http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1481/files/1481_fichero_1.jpgEl ciclo tebano comienza con ‘Edipo rey’, probablemente el primer (y más perfecto) relato policiaco de la historia, que esconde en su seno una trama tan paradójica como escalofriantemente verosímil: el detective es un incestuoso asesino que no descubre que lo es hasta bien entrada la función. Ante semejante regalo de los dioses, Alfredo Sanzol opta por rendir pleitesía desde el respeto más absoluto al texto. Para ello dispone una puesta en escena que recuerda al teatro de cámara aunque, en realidad, se reduce a  poco más que una lectura dramatizada, pero ¡qué lectura!

En torno a la (sobre)mesa de lo que podría ser la última cena familiar de los Labdácidas, se van vomitando (con perdón) las desgracias domésticas, aplazando la parafernalia para mejor ocasión. De izquierda a derecha, Juan Antonio Lumbreras encarna a un Edipo creíble, menguado, superado por los acontecimientos, muy lejos del héroe arquetípico. Hacer daño inconscientemente atormenta a cualquiera, pero nada alcanza la tragedia personal (e intransferible) de esta alma pena. A su vera, Natalia Hernández y Eva Trancón se multiplican para dar vida a Ismene y a Yocasta y a otro puñado de personajes episódicos pero, sobre todo, para clavar un deslumbrante coro a dúo, en estéreo, encajado a la perfección, dicho con meridiana claridad y rotunda entereza. Paco Déniz ofrece un Creonte humanísimo y, a su lado, Elena González reparte su talento entre una tierna Antígona y un prudentísimo Tiresias, que hace lo (im)posible por no aguar la fiesta.

Cuando los intérpretes se levantan de sus (respectivas) sillas, sus personajes encuentran rápidamente su sitio y la tragedia levanta el vuelo. Mientras permanecen sentados, la verdad aún permanece oculta y sus roles se (nos) aparecen como retenidos por una voluntad ajena que les impide adaptarse al ritmo marcado por la sutil banda sonora compuesta por el gran Fernando Velázquez.

http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1494/files/1494_fichero_1.jpgCon ‘Antígona’ se cierra esta ocasional trilogía. Otra obra maestra de Miguel del Arco. Y van…. Su versión sofoclea (re)corta y pega, suma y resta y, finalmente, ofrece un saldo más que positivo: belleza extrema y precisión sobresaliente. Su puesta emeritense, privada del elemento sobre el que pivotaba la función en Madrid —una gran bola central, polivalente—, se vuelve más austera y puede que, con ello, todos salgamos ganando.

Lo capital de su propuesta es una actriz que interpreta un rol masculino pero, ojo, el director dobla su apuesta: “No convierto a Carmen Machi en un hombre: su Creonte es una mujer que manda. Hemón la llama madre, y el careo entre ambos es mucho más doloroso”. Así es, si así os parece —que diría Pirandello—. Sea como fuere, la Machi vuelve a estar superlativa: en los discursos, convincente y autoritaria; en la intimidad, sensible y vulnerable.

Enfrente tiene a Manuela Paso, cuya Antígona resiste más que dignamente. Y alrededor se mueve un elenco que no baja del notable. Juntos (con)forman un coro versátil, oscilante, juguetón, del que entran y salen los protagonistas de la tragedia con admirable soltura. Se lo permiten las variopintas coreografías de Antonio Ruz, y la magistral, complejísima, iluminación colocada por Juanjo Llorens, que descubre ángulos hasta ahora inéditos en el Teatro Romano de Mérida.

Por cierto, en la troupe de este Teatro de la Ciudad se han colado algunos actores extremeños, como Lumbreras —actor fetiche de Sanzol— o José Luis Martínez —el superlativo Guardián de ‘Antígona’—. (A)nótese que se encuentran en la cima del teatro español por méritos propios, sin aferrarse a las mamandurrias regionalistas ni mendigar por las instituciones. Trabajan con (y por) su talento, no con el deeneí entre los dientes; algo de lo que deberían aprender la mayoría de sus paisanos colegas y (sin embargo) amigos. O sea.

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