Desvergonzada p(l)utocracia

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | PLUTO | ‘   La pertinencia de la inclusión de ‘Pluto’ en la programación oficial del Festival de Mérida 2014 queda fuera de toda duda casi desde el mismo instante en que se levanta el telón (figurado) de la opening night: el público que asiste a su estreno se sienta (y se siente) frente a un espejo que le devuelve sin esperpénticas deformaciones la reconocible estampa de la realidad más cruel, de hoy y de siempre: que no es la democracia sino la plutocracia la que maneja el mundo, por los siglos de los siglos, amén. El espectador del siglo XXI cree que el “gobierno de los ricos”, que toma prestado su nombre del dios griego de los dineros, es el culpable actualísimo de (casi) todos sus males, pero para eso están los clásicos, para comprobar que hace dos mil cuatrocientos años la herida de la desigualdad ya estaba abierta y sangraba a borbotones.

El tocapelotas de Aristófanes, entre cansinas flatulencias y chistes verderones, se encargó de retratar para los restos al mandamás de la riqueza http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1110/files/1110_fichero_1.jpgcomo un pelagatos medio cegato que, por eso mismo, se muestra incapaz de reconocer las atrocidades cometidas en su nombre. Y veinticuatro siglos más tarde, Emilio Hernández lo ha devuelto a la palestra merced a una versión contemporánea, deslenguada y limpísima a la que no le cuesta lo más mínimo meterse al respetable en el bolsillo, pues la empatía campa a sus anchas cuando el mal es de muchos y el desconsuelo, generalizado. Para completar la juagada maestra, la esposa del versionador, Magüi Mira, ha elegido una festiva puesta en escena que funciona, si no como bálsamo, al menos como desengrasante contra la crisis de los menos pudientes, que no es poco.

El ‘Pluto’ que se ha visto en el Teatro Romano es una suerte de musical sin el toque de gracia del añorado ‘Golfus de Roma’ (Mario Gas, 1993) y sin la caña sentimentaloide de la entretenida ópera-rock ‘Quo vadis?’ (Jaime Chávarri, 1997), que posibilitaron años ha las dos visitas previas de Javier Gurruchaga al Festival de Mérida, pero le sirve al cantactor donostiarra para desplegar su rotunda presencia escénica alardeando, una vez más, de sus incontrolables vicios y virtudes. En esta ocasión no cuenta con el soporte de letra y música de Burt Shevelove, Larry Gelbart y Stephen Sondheim —como en 1993— ni de Moncho Alpuente, Javier Amezúa, Juan Cánovas y Víctor Manuel —como en 1997—, pero se ha aliado con el pianista Marco Rasa para pergeñar una música resultona que se ajusta http://www.festivaldemerida.es//fotos/fotos_prensa/1112/files/1112_fichero_1.jpga las mil maravillas a una estructura (supuestamente) cómica que de esa manera queda convenientemente aligerada.

Gurruchaga hace las veces de prima donna de un reparto que la directora del espectáculo ha acertado a integrar en un coro multitudinario y juguetón del que los personajes más o menos episódicos entran y salen con similar soltura y desigual fortuna. El grueso de la función se asienta sobre el correcto trabajo de un puñado de dignos comediantes de entre los que sobresalen, para mal, las anecdóticas presencias de Marisol Ayuso, Juan Meseguer y Cayetano Fernández. Por encima de las individualidades, destaca en este caso la perfecta ejecución coral de un conjunto de máscaras coreografiadas con gracia por Denise Perdikidis y envueltas con acierto en los sedosos ropajes diseñados por Lorenzo Caprile y las coloristas luces dispuestas por José Manuel Guerra.

Entre los unos y los otros ponen al día la irresoluble disyuntiva que se le plantea al dios Pluto: si desaparecen las diferencias entre ricos y pobres, ¿quién querrá realizar las tareas de los pobres? ¿quién podrá vivir como los ricos? La respuesta quizá la tenga el actual director del Festival de Mérida, que por tercer año consecutivo se reserva el papel de uno y trino en un espectáculo (auto)programado. De nuevo, el ínclito Cimarro desempeña al mismo tiempo las tareas de director gerente de Pentación Espectáculos, director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y productor de ‘Pluto’; o sea, el gerifalte de una empresa privada (él) coproduce con el capitoste de una entidad pública (él) para contratarse a sí mismo; con el dinero público aportado, en su mayoría, por el Gobierno de Extremadura; y ahorrándose la partida más importante del presupuesto de un montaje teatral —la preproducción— que posteriormente girará por todo el país —incluidas las salas de su propiedad— y cuyos beneficios irán a parar, exclusivamente, a la cuenta corriente de su empresa.

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