Todos farsantes

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | MÉRIDA, EL GRAN TEATRO DEL MUNDO  | La confluencia de una efeméride redonda —la sexagésima edición del Festival de Mérida— y un título de inconfundibles ecos calderonianos —‘Mérida, el gran teatro del mundo‘— llevaron engañados el pasado domingo a unos pocos cientos de espectadores hasta una singular sala cinematográfica —el Teatro Romano— habilitada para acoger el estreno mundial de un documental sobre “el teatro que hubo, que hay y que habrá”. El respetable esperaba asistir a un repaso (más o menos) sentimental por la azarosa (intra)historia del certamen que amparaba la première y, sin embargo, se encontró con un bodrio largo, deslavazado y anodino a mayor gloria de su impulsor, el plenipotenciario Jesús Cimarro, y algunos de sus insufribles asalariados.

 

Los responsables del infumable artefacto, Manuel Palacios y Marta Murcia, pretendían reflejar el estado actual de un arte milenario, pero les ha salido un bochornoso anecdotario de una profesión indignamente representada en la peliculita de marras. En el programa de mano del magno acontecimiento, se aludía a “las opiniones de los expertos”, mas resulta que en la pantalla quienes ocupan minutos y minutos entre ridículas gesticulaciones y extemporáneas risotadas son figurones del calibre de Carlos Sobera, Llum Barrera, Francis Lorenzo o Sonia Castelo.

Cierto es que también desfilan por el largometraje referentes como Héctor Alterio, José Luis Alonso de Santos, José Luis Gómez, Mario Gas o Nuria Espert, todos ellos íntimamente ligados al devenir del Festival de Mérida, pero no es menos cierto que se cede demasiado espacio a gente que nunca ha pisado el Teatro Romano. Repasando la nómina de los intervinientes, se echa en falta una mayor presencia de quienes fueron responsables del certamen a la largo de su historia —solo aparece el más irrelevante de todos ellos, Paco Carrillo— y no se comprende del todo la presencia meramente testimonial de tres periodistas de la tierra.

A los pocos minutos de la sesión, queda claro que la película no es un homenaje al Festival de Mérida sino un publirreportaje de la empresa Pentación Espectáculos, de algunos de sus socios habituales y, en definitiva, de un reducido grupo de profesionales con intereses comunes que reparte sus intervenciones entre el autobombo y la reivindicación. Pero ni siquiera en ese sentido logra su objetivo.

El documental está mal planteado y peor documentado: pretende relatar la historia del teatro español del último siglo pero confunde a Buero Vallejo con Francisco Nieva, y viceversa; intenta aportar datos pero se pierde en las cifras; promete testimonios de altura pero solo ofrece confesiones paupérrimas. Para quienes no pudieron (o no quisieron) asistir a su estreno, se hace saber que dos de sus coproductores —TVE y Canal Extremadura TV— amenazan con emitirlo por televisión tras su salida al mercado del deuvedé.

Supone el cronista que los presuntos implicados en la realización de la película no estarán avisados de que fue el ínclito Quevedo quien se convirtió en fuente directa para que Calderón de la Barca pudiera componer El gran teatro del mundo, el auto sacramental profanado en el subtítulo de su engendro. Lo hizo con Epicteto y Phocílides, donde pueden leerse los siguientes versos: “No olvides que es comedia nuestra vida / y teatro de farsa el mundo todo / que muda el aparato por instantes / y que todos en él somos farsantes”. Unos más que otros, le faltó añadir.

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