Muy española y mucho española

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA - Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Electra | La ‘Electra’ con la que el cuarentón Ballet Nacional de España abrió las celebraciones por el octogésimo quinto aniversario del Festival de Mérida —estrenada en diciembre del pasado año en el madrileño Teatro de la Zarzuela— es, pese a los orígenes helénicos del mito, una tragedia muy española y mucho española —que diría nuestro nunca bien ponderado expresidente del Gobierno—.

El espectáculo alumbrado por Antonio Ruz aggiorna las tribulaciones sufridas por la rencorosa hija de Agamenón hasta situarlas en el visceral ambiente rural de la España de hace un siglo, dibujando un paisaje por el que la princesa griega transita desde el folclore a la vanguardia trazando una peripecia que nace y desemboca en Lorca. Y tiene el cronista la sensación de que no podía ser de otra manera, toda vez que la dramaturgia corre por cuenta de Alberto Conejero, quien alcanzó el cénit de su fulgurante trayectoria con un sentido acto de amor hacia el poeta granadino, ‘La piedra oscura’.

Aquí y ahora, el joven dramaturgo ilustra el prólogo, los siete cuadros y el epílogo coreografiados por Ruz —con la inestimable ayuda de la bailarina Olga Pericet— con un puñado de palos flamencos que brillan como facas en la lijosa voz de Sandra Carrasco, quien hace las veces de corifeo. Echando mano de alboreás, carceleras, temporeras, fandangos, martinetes y deblas, la cantaora onubense se transmuta en el hilo conductor de una plástica sucesión de estampas.

Mediada la función, mientras Electra baila con la ausencia de su padre, se escucha la condena que cumple a perpetuidad la saga de los atridas: “Por los siglos de los siglos / la sangre llama a la sangre: / va forjando una cadena / que no la termine nadie”. Musicados por el guitarrista Diego Losada, los cuadros flamencos enfatizan la esencia que se diluye en las partes sinfónicas orquestadas por Pablo Martín Caminero y Moisés P. Sánchez, a las que el cuerpo de baile del BNE insufla vida con majestuoso brío y alarde técnico.

Cumplen sobradamente los protagonistas del drama —entre los que el director de la compañía, Antonio Najarro, se reserva el papel de Egisto—, y se siguen con emoción las escenas íntimas de esta mitológica (intra)historia familiar, pero cuando se desboca verdaderamente el talento coreográfico de Ruz es en las escenas grupales, donde el ballet al completo se funde con la escenografía de Paco Azorín —una nueva propuesta rampante, tras su ‘Calígula’ del año pasado— para redondear una creación visualmente poderosísima.

Con el espíritu de Falla, Albéniz, Granados y Turina inspirando la partitura troncal —ejecutada con solvencia por la Orquesta de Extremadura—, el director del espectáculo se recrea con regocijo en la danza teatro popularizada por Pina Bausch en la segunda mitad del siglo XX, moldeando una de las apuestas más arriesgadas de un Ballet Nacional que habitualmente se mueve por parámetros más tradicionales. Así las cosas, el público del estreno premió el atrevimiento con una cerrada ovación, inexplicablemente abortada por el egocentrismo del director del Festival de Mérida, que irrumpió sobre el escenario micrófono en mano para satisfacer no sé qué necesidades suyas.

 

 

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